Siempre que afronto una sesión de exteriores de comunión lo hago pensando en conseguir un propósito que para mí es fundamental, captar la esencia de ese niño o niña. En ocasiones es un gesto de la mano, en otras una mirada fugaz, puede ser una mueca en su rostro, el caso es que has de afrontar el reto y estar atento.
Lo bueno de trabajar con niños es que, si sabes tratarlos y concederles ese espacio que merecen, ellos te lo van a devolver con creces. Has de saber ganarte su confianza, pero una vez la tienes ganada, lo que queda por hacer es entregarse a su juego y ser un niño más cámara en mano.
Además, el hecho de realizar la sesión al aire libre facilita que los chavales se sientan más libres para poder correr, jugar, interactuar con el entorno y, en definitiva, olvidarse por momentos de que están siendo fotografiados.
En esta ocasión mi compañero de juegos fue Guillem, con el que nos fuimos a dos localizaciones diferentes en la misma tarde para que pudiera conocer de primera mano dos puertos bien distintos entre ellos pero que definen muy bien el caracter de la ciudad de Valencia y sus alrededores.